Las Súper plagas y el uso indiscriminado de pesticidas

Desde hace más o menos tres años he tomado la decisión de crear mi propia huerta urbana. Lo que empezó como un hobby, con unas cuantas semillas en una maceta y un poco de agua, se ha convertido en uno de los proyectos más satisfactorios que he iniciado. Más allá del factor económico, lo que me ha motivado a introducirme de lleno en el mundo de la horticultura es la satisfacción de saber que mi familia y yo estamos consumiendo alimentos sanos, libres de pesticidas, y que de alguna manera estoy poniendo mi granito de arena para encontrar alternativas limpias y sustentables con el medio ambiente.

Cuando inicié en la horticultura solo tenía nociones básicas sobre el tema: sabía sembrar, arar la tierra y regar. Uno de los primeros inconvenientes con los que tuve que lidiar fue la aparición de plagas, siendo los pulgones, las cochinillas, los hongos y las hormigas los problemas más comunes. Por fortuna, pude descubrir soluciones agroecológicas altamente efectivas para su control.

Los problemas serios y el motivo por el que escribo esta nota empezaron cuando en mi huerto aparecieron pequeñas moscas blancas.

Al principio lo hicieron de manera esporádica, así que no les di mayor importancia. Con el pasar de los días, el número de estos insectos se multiplicó, hasta el punto de resultar incómodo caminar entre mis plantas. Una gran nube blanca se había adueñado de mi huerto: me encontraba ante una plaga que hasta ese momento me resultaba desconocida.

Mi primer instinto fue indagar con otros compañeros horticultores, quienes me confirmaron mis sospechas: se trataba de una plaga altamente invasiva que, si no se trataba a tiempo, podía echar a perder varios meses de trabajo. Intenté usar los plaguicidas naturales que había aprendido a fabricar meses atrás, pero para mi sorpresa y decepción, ninguno funcionó. Esta plaga, de algún modo, había logrado desarrollar cierta resistencia y, por el contrario, continuaba creciendo en número.

Los primeros daños que pude notar fueron en las plantaciones de tomate. Se podían observar enrollamientos y alteraciones en las caras superiores de las hojas.


Las superplagas

Leyendo un poco, me topé por vez primera con el término “superplaga”, un selecto grupo de patógenos e insectos del que, al parecer, hacían parte las moscas blancas. Se trataba de una especie fuera de control que ha afectado cultivos a lo largo del mundo. Su nombre científico es Trialeurodes vaporariorum y, a pesar de ser poco más pequeña que una hormiga, es la causante de cuantiosas pérdidas económicas en el sector agrícola.

Y no es para menos: aparte de succionar la savia de las plantas, transmite diversos virus, entre los cuales destaca el rizado amarillo del tomate o “virus de la cuchara”, como se conoce coloquialmente (Tomato yellow leaf curl virus, TYLCV, en inglés). Una vez la mosca llega a nuestros cultivos, actúa muy rápido, debilita las plantas, frena su desarrollo y las hace vulnerables a otras enfermedades como la clorosis o la negrilla.

Su ciclo de vida está entre los 10 y los 30 días, y durante ese tiempo pueden reproducirse en varias ocasiones, poniendo entre 80 y 300 huevos cada vez.


Una amenaza creada por el hombre

La mosca blanca ha existido desde inicios de la agricultura. Es un insecto habitual en nuestros cultivos y jamás había presentado mayores inconvenientes. En condiciones normales era controlada por depredadores naturales que mantenían sus poblaciones bajas. Pero, gracias a la interferencia del hombre y su uso indiscriminado de agroquímicos, estos depredadores han ido desapareciendo. Así, la mosca blanca pasó de ser una plaga secundaria a convertirse en el “dolor de muelas” de los cultivadores.

La mosca blanca ha desarrollado cierta resistencia a pesticidas como organofosfatos, piretroides y neonicotinoides, incluyendo cipermetrina, deltametrina e imidacloprid.

Además de los pesticidas, el uso inadecuado de otros productos agrícolas también ha fomentado su rápida expansión. Un ejemplo de esto sería el uso incorrecto de fertilizantes nitrogenados y el abuso del fósforo y potasio en los suelos.


¿Se ha encontrado una solución?

Por fortuna, se ha estado trabajando en el control de este insecto y se han hallado soluciones con resultados aceptables. A continuación, describo algunas de las que me han resultado más interesantes y efectivas:

1. Control biológico:
Se refiere a la reproducción e introducción en los cultivos de los enemigos naturales de este insecto, como el ácaro depredador Amblyseius swirskii, las avispas parasitoides Encarsia formosa y Eretmocerus mundus, y las chinches depredadoras generalistas Macrolophus caliginosus y Nesidicoris tenuis. También se ha experimentado con los hongos Beauveria bassiana y Verticillium lecanii.

2. Trampas cromáticas:
Este es uno de los métodos más fáciles de implementar en la huerta, y el que me ayudó a mí a solucionar el problema. Se trata de placas o recipientes de colores a los cuales se les aplica pegamento o aceites. Los insectos se ven atraídos por determinados colores y se quedan pegados. Para la mosca blanca, el color adecuado es el amarillo. Aunque es un método lento y está limitado por cuestiones climáticas como la lluvia o el calor excesivo, es posible mantener a este insecto bajo control.

3. Plantas atrayentes:
Consiste en sembrar plantas que atraigan a la mosca blanca. La más usada es la hierbabuena.

4. Plantas repelentes:
Entre las plantas que repelen a la mosca blanca están: caléndula, tagetes, tabaco o albahaca.




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