En un mundo donde la mayoría de trámites se hacen de forma
online e instantánea y la vida social ha migrado a las principales plataformas
de mensajería, el lujo ya no se mide en metros cuadrados, la marca de un suéter
o el logotipo de tu teléfono. El bien de consumo más valioso, y paradójicamente
el más escaso, no cabe en la cartera: porque es el tiempo propio, sin
interrupciones y desconectado del ecosistema digital.
El verdadero privilegio en la época de la hiperaccesibilidad
ya no es comprar cosas, sino poseer momentos de silencio, alejados de todo el
ajetreo de la rutina diaria. En esta economía rancia, donde todos estamos en
una especie de subasta, desconectarse, aunque sea unas horas, se ha convertido
en el acto de máxima exclusividad y una forma moderna de libertad (aunque sea
ilusoria).
El tiempo como el recurso definitivamente escaso
Piensa en tu día a día. Tu tiempo ya no es una línea
continua, sino una serie de fragmentos interrumpidos por notificaciones,
correos, mensajes y el impulso irrefrenable de "echar un vistazo" al
“like” o el “comentario” que te han puesto en tu última publicación. El
capitalismo digital ha encontrado la manera de monetizar hasta el más mínimo
segundo de aburrimiento.
Mientras que tiempo atrás el ocio era un espacio de
desconexión total y relajo, hoy se ha convertido en productividad disfrazada.
Nuestro tiempo libre lo llenamos con cursos online, pódcast de “autoayuda”,
seguimos cuentas donde nos bombardean con consejos y críticas para optimizar
cada momento. El descanso pasivo, el no hacer nada, se percibe casi como un
delito, como un atentado al desarrollo personal y la productividad. ¿Cuándo fue
la última vez que estuviste verdaderamente aburrido, sin un estímulo digital a
mano?
Este es el giro más insidioso de la hiperconectividad: la
colonización del ocio. Ya no es suficiente con leer por placer; ahora hay que
hacerlo para “autoconstruirte” y crecer en la utópica idea de éxito financiero.
No puedes salir a correr sin una app que mida tu ritmo, tu cadencia y te
compare con otros deportistas de tu ciudad. Una cena se convierte en contenido
para Instagram, una reunión de amigos en un reel para TikTok y un viaje en un
reportaje en tiempo real de lo bien que la estamos pasando en nuestras
vacaciones.
Hemos internalizado al capataz digital, y ahora nosotros
mismos somos quienes nos vigilamos, presionamos y medimos incluso en nuestros
momentos de supuesto descanso. Este "ocio productivo" es un oxímoron
que nos agota, porque nunca llegamos a descansar de verdad. Simplemente,
cambiamos de tipo de trabajo.
En este contexto, elegir la desconexión no es un acto de
pereza o rebeldía antisistema. Es una decisión consciente y radical. Es
reclamar tu derecho al descanso. Es:
Leer una novela sin la culpa de que no aporte a tu
“educación financiera”, sintiendo solamente el olor del papel y sumergiéndote
en una narrativa exquisita que te invita a soñar con otras formas de ver la
vida.
Salir en tu bici sin Strava, donde el único “feed” que
consumes es el paisaje, los sonidos de los pájaros y la brisa fresca.
Irte al cine solo y disfrutar del silencio, la trama de la
película y el tiempo que corre sin medirse.
Estos actos antes eran normales; hoy son gestos de lujo.
Porque implican haber logrado algo que, aunque parece fácil, no lo es: dominar
tu tiempo y tu foco, en lugar de que ellos te dominen a ti.
El silencio como nueva forma de libertad
Anunciar "este fin de semana no me llamen, porque me
voy al cerro y no tendré cobertura" o "voy a activar el modo avión
durante mis vacaciones" se ha convertido en una declaración de posición
social más poderosa que presumir un reloj caro. Comunica: "Mi vida es tan
valiosa y demandada que puedo permitirme el lujo de estar offline. Mi descanso
es mi mayor prioridad".
En conclusión, y para no dar más vueltas sobre la misma
idea, la próxima vez que sientas la urgencia de consultar tu teléfono por
inercia, pregúntate: ¿estoy invirtiendo mi tiempo o lo estoy malgastando?
Reclama tu derecho al aburrimiento, a la pausa y al silencio. Porque, en un
mundo que nunca se apaga, el mayor lujo es, simplemente, apagarse uno mismo.
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