Desde hace algún
tiempo he tomado por habito escuchar algún podcast de historia en YouTube antes
de dormir, lo veo como una forma de relajarme al final del día. La historia de
Alejandro Magno con todas sus intrigas, batallas y conspiraciones es una de las
que más ha capturado mi interés. Recientemente, me encontré con el relato de
una batalla que me ha resultado bastante fascinante y quería aprovechar para
compartirlo por aquí.
En una época en la que los grandes imperios sucumbían ante yugo del Gran Alejandro magno, hubo un hombre que se atrevió a desafiarlo, se trataba de Poros, un rey que gobernaba un pequeño reino en los límites del río Hydaspes, en el actual subcontinente indio. Y es que la ambición de Alejandro por conquistar el imperio persa lo llevo a estas inhóspitas tierras, más allá de todo lo que los griegos conocían. Allí se libraría una batalla que pondría a prueba al ejército macedonio y a las fuerzas de poros.
Del Helesponto al indo: el rugido imparable de Alejandro
En el año 334
a.C Alejandro magno que por aquel entonces tenia solo 22 años se dispuso a
cruzar el Helesponto, con el objetivo de lograr la conquista del imperio persa.
Lo cual consiguió contra todo pronóstico, venciendo al todo poderoso Diario III
en icónicas batallas como la de Issos (333 a.C). Fue así como logró expandir su
imperio por Babilonia, Susa y Persépolis. Ganándose así su reputación como uno
de los genios militares más importantes de la historia.
Si bien estás
conquistas fueron importantes Alejandro no detuvo su marcha y siguió avanzando
con destino al valle del indo. Allí en esas tierras fue donde finalmente se encontró
con el valiente rey poros, un gigante que galopaba sobre un elefante de guerra,
una fuerza contra la que los griegos no se habían enfrentado hasta ese momento.
La tormenta de Hidaspes
La batalla
comenzó antes de que cayera la primera lanza.
Alejandro, siempre impredecible, vio que Poros lo esperaba con todo su ejército al otro lado del río Hidaspes. Era un muro de elefantes, caballería y arqueros, formados con paciencia. Pero Alejandro no iba a cruzar por donde lo esperaban. Durante días, fingió preparar su cruce en varios puntos. Poros cayó en el juego y dividió su atención. Entonces, una noche de tormenta, con rayos en el cielo y los truenos ocultando los sonidos de los remos, Alejandro cruzó en silencio con una parte de su ejército río arriba. Cuando amaneció, Poros se enteró demasiado tarde. Envió a su hijo con caballería para frenarlo, pero Alejandro lo venció rápido. Luego, Poros mismo llevó al resto de sus tropas hacia él. Fue ahí donde empezó el verdadero combate.
Los
elefantes, gigantescos, avanzaban como torres vivas. Eran el corazón del
ejército de Poros. Los macedonios nunca habían enfrentado algo así. Los
animales lanzaban a los hombres por el aire, pisoteaban caballos, desgarraban
filas con sus colmillos. Pero Alejandro tenía un plan: no atacar de frente,
sino por los flancos. La caballería macedonia, veloz como un cuchillo, rodeó a
los elefantes. Los arqueros disparaban sin parar a los jinetes de los lomos.
Las falanges, con sus largas lanzas, se abrían paso a pie, golpeando y
retrocediendo, como si bailaran entre gigantes. El campo de batalla se
convirtió en un lodazal. Los elefantes, heridos, enloquecieron. Algunos
comenzaron a atacar a sus propios hombres. El orden se rompió. La confusión fue
el golpe final.
Poros, valiente hasta el final, siguió luchando montado en su elefante. Su cuerpo estaba lleno de heridas. No huyó. No se rindió. Solo se detuvo cuando ya no quedaban fuerzas.
El elefante y el rayo
Para ese
momento el campo de batalla era una atentica carnicería. Había cuerpos desmembrados,
heridos y ríos de sangre que teñían de escarlata el barro. El cielo gris por la
tormenta, retumbaba, parecía como si los dioses estuvieran observando el desenlace
de esa épica batalla. En medio de ese caos, un solo hombre quedaba en pie: El
Rey poros, encaramado sobre su elefante.
Su
brillante armadura está hecha añicos, su espada se había partido, pero el
orgullo de aquel valiente hombre seguida intacto, aunque a sus espaldas sus
soldados retrocedían. El silencio se impuso, y desde las nubes, un rayo se abrió
paso sin golpear a ningún hombre.
Alejandro
que para ese momento observaba desde la distancia. Supo que ese hombre no era
un enemigo cualquiera, era su igual.
Poros no
huyo, no suplico por vida y se mantuvo erguido como una montaña viva. Alejandro
vacilante se acercó y pregunto:
—¿Cómo
quieres que te trate?
Poros levantó
su mirada al cielo y Respondió sin dudar:
—Como un
rey.
Alejandro
sonrió. Y dijo:
—Eso haré.
Alejandro
fiel a su palabra le perdonó la vida, y como muestra de respeto, le concedió más
territorios, ahora como aliado del imperio macedonio. Demostrando así que
incluso en la guerra se debe reconocer la grandeza de un digno rival.
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