La inteligencia artificial avanza, ¿y nosotros seguimos en pausa?



Hoy en la mañana estuve leyendo un artículo que me ha hecho reflexionar: la inteligencia artificial y la automatización del trabajo. Para muchos, el reemplazo total de los trabajadores puede parecer un tema de ciencia ficción, pero es algo que se viene cocinando a fuego lento y es probable que nos alcance mucho antes de lo que esperamos. La pregunta que yo me hago es: ¿estamos preparados para enfrentar esta nueva realidad? Y la respuesta es confusa.

 La IA se ha ido integrando de manera silenciosa a nuestras actividades diarias, desde la forma en que buscamos información hasta el software que utilizamos en nuestros empleos y centros de estudio. Y, sin embargo, nos plantea desafíos significativos para las personas del común, que contamos con defensas mucho menores y vamos hacia una adaptación proactiva a esta tecnología emergente. Es apenas natural el miedo y la resistencia que está generando en algunos el avance de la IA en el sector laboral. Día a día nos bombardean en redes sociales con titulares amarillistas del tipo: “Ya no es ciencia ficción: asistentes médicos digitales reemplazan a enfermeros, maestros virtuales enseñan en aulas sin humanos, y sistemas automáticos deciden contrataciones y despidos sin intervención humana”.

 A estas alturas, es muy difícil separar lo que es real y lo que simplemente es clickbait. Y es que, en cierto sentido, tienen razón: se han venido realizando avances, pero aún falta mucho por optimizar. Profesiones del sector de la salud, el mercado bursátil y la educación han implementado la IA de forma más agresiva, mejorando su eficiencia en el corto plazo. Sin embargo, las aplicaciones que le han dado son aún bastante limitadas, y están muy lejos de reemplazarnos completamente. Así que no, ese brazo robótico que viste en el feed de Facebook no reemplazará a tu médico cirujano.

 La IA puede hacer cosas increíbles, como analizar datos en segundos o ayudar con la precisión de los movimientos, pero las decisiones críticas aún necesitan del toque humano. Un algoritmo no puede sentir, improvisar o tener en cuenta factores emocionales, que muchas veces son parte esencial del trabajo humano.

¿Qué lugar ocupamos los humanos entonces?

 Y sin embargo, la incertidumbre sigue latente cuando vemos comentarios salidos del mismísimo Silicon Valley, donde no solo se habla de una integración de la inteligencia artificial y la robótica a los puestos de trabajo, sino de un reemplazo absoluto. Se ha llegado a hablar incluso de una “renta básica universal”, en la que cada ciudadano recibiría una especie de pago o subsidio para solventar sus necesidades básicas, mientras las máquinas sostienen gran parte del aparato productivo. Esta propuesta, aunque utópica, está tomando fuerza se está convirtiendo en parte del discurso estratégico de quienes están liderando esta transformación tecnológica.

 Mira, por ejemplo, lo que ha expresado la compañía Mechanize a través de su fundador, Tamay Besiroglu.

 

Besiroglu, ha ido incluso más allá, porque calculó el salario de los trabajadores con miras a un reemplazo a futuro y los beneficios económicos que obtendrían. «El potencial del mercado aquí es absurdamente grande: a los trabajadores en los Estados Unidos se les paga alrededor de 18 billones de dólares por año en conjunto. Para todo el mundo, el número es más de tres veces mayor, alrededor de 60 billones por año», escribió.

 Esto, desde luego, no es más que discurso, ya que se está pasando por alto un hecho básico: si los humanos no tienen empleo, no tendrán ingresos para comprar todas las cosas que Mechanize está produciendo. Aparte, se produciría un estancamiento y falta de motivación en las personas por no tener un incentivo en la vida.

 Aunque el futuro de la IA en el mercado laboral es incierto, la realidad es que la difusión de la IA como herramienta está limitada no solo por los avances tecnológicos, sino por los dilemas éticos, nuestro modelo económico y la capacidad de la sociedad para asimilarla. Es de vital importancia promover el aprendizaje continuo sobre esta nueva tecnología, establecer límites éticos y políticos respecto a su uso, y desde luego iniciar su implementación desde la educación básica.

 

Porque no se trata de resistirse al cambio, sino de adaptarse, como lo hemos hecho cada vez que ha aparecido un avance revolucionario.

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