Recientemente estaba intentando escribir un cuento. Uno ambientado en la Roma imperial, más exactamente en los tiempos del emperador Trajano. No quiero revelar muchos detalles, porque tarde o temprano lo compartiré por aquí.
Pero en medio de esa búsqueda de inspiración y nuevos personajes para mi historia, tropecé con una historia que parecía arrancada de las páginas más oscuras de Tácito: la leyenda de Decébalo, el último rey de Dacia. Un personaje que, como una sombra orgullosa y desafiante, se alzó frente al poder de Roma.
Decébalo no fue cualquier enemigo. Fue un Rey implacable, que se enfrentó espada en mano a las legiones romanas, siendo temido por su astucia y su carácter despiadado. Dacía, de donde provenía el protagonista de nuestro relato, estaba ubicada en lo que hoy se conoce como Rumania y fue el principal enemigo de roma a comienzos del año 100 D.C. Sus soldados, al igual que su Rey estaban dispuestos a morir por su libertad y resistieron durante muchos años los intentos de conquista del imperio romano, y no es para menos, sus montañas eran ricas en oro y representaban un reto estratégico y económico para Roma. Una de las principales fortalezas de Dacia era su increíble capacidad para resistir, fue así como logro expulsar a las legiones en multiples ocasiones, obligando roma a firmar la paz de forma humillante.
Fue trajano, quien luego de sitiar sus fortalezas y arrasar sus ciudades, logro hacerse con el reino de Dacia, obligando a Decebalo a huir hasta los bosques carpatos. Cuando la captura era inminente, Decebalo elegio morir antes que ser prisionero de guerra, lo hizo cortándose el cuello con su espada. Los cronistas romanos, como Dión Casio, registraron el acto con fría admiración: "Ningún bárbaro había muerto con tanta dignidad". Pero lo que los pergaminos no cuentan es lo que ocurrió después...
La Cabeza del Rey: Dacia y el Fantasma de su Derrota
Roma no se conformaba con capturar las ciudades y eliminar los ejércitos, también lo hacia con el simbolismo y las campañas de terror, pues una vez Decebalo se quito la vida, su cabeza fue arrancada de su tronco y llevada al foro romano para ser exhibida, Que ha juzgar por la costumbres de la época, muy seguramente fue clavada en una pica, mientras permanecía durante semanas con los ojos vacíos llenos de larvas y animales carroñeros. Era una tradición brutal, pues en esa época servía para demostrar a los reyes y jefes tribales que nadie debia resistirse a Roma o acabarían igual, sirviendo de espectáculo macabro en la ciudad.
Lemuria: Cuando Roma Teme a los Muertos
Aquí es donde la historia del valiente rey Decébalo toma un giro oscuro. Para los romanos, pueblo supersticioso incluso en su época de mayor esplendor, los enemigos muertos sin sepultura eran algo más que cadáveres: eran lemures, espíritus malignos, perturbadores y vengativos que regresaban desde el otro del mundo para atormentar a los vivos y cobrar venganza.
Se dice que, en lo profundo de los bosques Carpatos, los centinelas romanos comenzaron a ver cosas sacadas de otro mundo. Guerreros fantasmales con armaduras de corteza y yelmos en forma de cabeza de lobo, como los de la antigua Guardia Real de Decébalo se aparecían a media noche, a la vanguardia iba su líder, un guerrero con la garganta cortada y goteando sombra en lugar de sangre y recitando palabras de guerra en lenguas muertas.
Una de las leyendas mas extendidas sobre estos acontecimientos es el supuesto diario de Lucio Flavio Galo, recuperado en 1892. En una de sus paginas describe el siguiente acontecimento.
Día 34 de la ocupación: Los nativos nos advirtieron no talar los robles sagrados. Ayer, el centurión Druso lo hizo... Esa noche, algo arrastró su cuerpo hasta el centro del campamento. Lo encontramos desollado, pero sus propias manos sostenían el hacha que usó para cortar el árbol. Los médicos juran que él mismo se hizo esas heridas.
Día 41: Los vigías gritan que ven guerreros con armaduras oxidadas rondando las empalizadas. Cuando salimos, solo hay niebla... y un olor a hierro y ceniza.
A raíz de esto muchos romanos empezaron a creer que el propio Decébalo había regresado, no como humano, sino como un espíritu antiguo, un lemur de rey, que aún después de muerto volvía para proteger sus tierras celosamente. Y ya no necesitaba espada, porque su mirada bastaba para paralizar a los vivos. Y es esta la razón por la que en Roma, en cada mes de mayo, se celebraban los Lemuria, rituales que servían para ahuyentar a las almas inquietas que emergían de los bosques.
Decébalo perdió su reino, pero ganó la eternidad. Hoy, cuando el viento baja de los Cárpatos, aún parece decir: 'Un pueblo que elige morir libre, nunca desaparece'.
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