Reforestación: Más que una moda, una responsabilidad colectiva


 Desde inicios de este mes han regresado las lluvias y, con ellas, las temperaturas han bajado un poco. Atrás quedaron las olas de calor de principios de año. También, con ello, parece que ha desaparecido la preocupación por sembrar árboles. En el olvido han quedado las campañas de reforestación que tanto se fomentaron por redes sociales y en las que pocas personas se involucraron. El calor ya no es un problema. Sembrar árboles ya no está de moda. Ya no es el trending. Pero, aunque la temperatura nos empiece a tratar con cariño, el problema sigue ahí. Los árboles que talaron funcionarios públicos indiferentes no han vuelto a retoñar, el aire no se purifica solo y el mal solo se fue de vacaciones.

Me he puesto a pensar y llegué a la conclusión de que, desde las familias y las escuelas, se debe formar ciudadanos capaces no solo de reflexionar sobre los problemas sociales, sino también de accionar e involucrarse en proyectos que promuevan el bien común, para que las llamadas campañas de 'Reforestación de zonas urbanas' no sean solo una tendencia de moda, sino que se trate de un compromiso colectivo, una responsabilidad compartida en la que cada quien asuma su parte, no por obligación, sino también por conciencia del impacto que tiene en su entorno.

Es importante resaltar que la educación ambiental que debe impartirse desde las escuelas no debe quedarse solo en el papel y en un aburrido discurso Pro-ecologista, sino que también debemos ser capaces de involucrarlos directamente, enseñarles el proceso de germinación, escarificación, siembra y fertilización. Enseñar lo que es una especie nativa, una introducida y una invasora. Y más allá de los tecnicismos, mostrarles un plan de acción concreto, un camino que puedan seguir para contribuir al cuidado del entorno y formar parte activa de la solución. Al final, lo que importa es que se conviertan en agentes de cambio, no solo en aprendices pasivos.  Y es que las campañas de "Reforestación de zonas urbanas" representan una forma concreta de acción ciudadana que transforma el entorno y encarnan el espíritu de las ciudadanías emergentes en Colombia, que busca una mejora en sus condiciones de vida.

De la floración del sakura a la fuerza de lo nativo

Pienso, por ejemplo, en los cerezos en flor de Japón, símbolo nacional y orgullo colectivo. Su cuidado y siembra no son solo una tradición estética, sino una muestra clara de cómo un país puede construir identidad y sentido de pertenencia alrededor de sus árboles. Cada año, miles de personas se reúnen para celebrar su floración, participan en su cuidado y entienden su valor cultural y ecológico.

Entonces, me pregunto: ¿por qué no replicamos algo así con nuestras especies nativas? ¿Por qué no sentir el mismo orgullo por un guayacán amarillo, que florece con una belleza desbordante y que además es vital para nuestro ecosistema? Tenemos un sinfín de árboles, igual de majestuosos, totalmente adaptados a nuestro clima, pero seguimos soñando con Japón y con sacarnos algún día una postal bajo esa lluvia de flores rosadas. Tal vez la diferencia entre nosotros y ellos, radica en que no miramos lo nuestro con respeto, pero sobre todo en que nos cuesta iniciar proyectos desde lo sencillo.

Porque los grandes cambios no inician necesariamente en las oficinas o en los discursos elaborados. Sino en actos sencillos y la voluntad de personas que deciden hacer algo, por insignificante que parezca. Sembrar arboles y entender todo el proceso que ello implica, reforestar no debería ser solo una moda pasajera o una excusa para sumar historias en redes sociales, sino una muestra de compromiso real y sentido de pertenencia por el lugar en el que habitamos. Porque cuando una comunidad siembra un árbol, siembra también la esperanza de un futuro distinto, uno que solo será posible si dejamos ser simples observadores y pasamos a la acción.

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